Solemos enamorarnos de toda la belleza que desborda el ser humano en sus momentos de sonrisas, felicidad, logros, éxito y realización. Solemos deslumbrar nuestros sentidos con toda la fortuna posible.
Pero cuando toca amar, se empieza a experimentar desde el centro de las verdades, desde los miedos más profundos, lo que nos acobarda, lo que nos hace desistir, aquello que incluso desconocemos de nosotros mismos y que llega el momento de mostrárselo a alguien sin mascaras.
En ese momento es cuando apreciamos la verdadera esencia, el amor sin maquillaje, sin disfraz, expuesto y completamente desnudo.
Ahí empieza la sanación de nuestros errores a través del otro, ahí comienza la verdadera tolerancia de nuestros actos, ahí se forma la realización de la pareja que busca un crecimiento mutuo a través del apoyo y la comprensión.
Entonces podemos amar, con cada ápice de nuestro ser, podemos amar con calidad y entereza no a pedacitos ni medias tintas.
En ese momento es cuando amamos a la Flor, desde su raíz.
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