Siempre he hablado de mis otras personalidades que en si no son
otras personalidades porque si así lo fuera ahí si estuviera en grandes
problemas mentales, soy yo misma que me doy la oportunidad o el derecho de ser
distinta en cada ámbito de mi vida. En el cual me ha permitido crecer sin juzgarme
al no temer el cambiar de opinión. Siempre he sido mi propia consejera de la
cual me imagino acostada en el diván diciéndome a mi lado más cuerdo como van
las cosas. Hoy tal vez no lo recomendaría que lo hagan los demás porque me
parece que toma mucho tiempo y que se asombrarían de todo lo que llevan dentro,
a pesar de que enseña a explorar y a relacionarse con lo simbólica que es la
vida, no es para todo el mundo. Te puedes acostar diez años en un diván y
seguirá siendo muy interesante, pero poco práctico para el que necesita una
solución urgente. Como la mayoría quiere que sea la vida.
Cuando ya te conoces y sabes frenarte, conducirte, embragar
y hasta echarte gasolina cuando te vas quedando sin combustible, se va por la
vida sin construir un futuro que no existe ni extrañando un pasado el cual no volverá.
Vives sufres y disfrutas el hoy.
Hace muchos años deje de complacer a los demás, para ser
bien calificada siendo yo la más infeliz con esa falsa careta. Hace varios años
empecé a no esperar mucho de la opinión de los hombres. Dejo de interesarme los
piropos y aquellos simples comentarios que no van más allá de una atracción física
y de que me hagan sentir como un objeto sexual. Pensé que nunca iba a tener una
pareja con un nivel de esa altura a la que me siento merecida... Aunque fue
algo muy paulatino, llegó un momento en que dije: “Bueno, no creo que el
objetivo de estar aquí sea buscar, estar o vivir con quién estar”. Desde que
eso me cuadró, me fui relajando con este tema. Mi pareja de hoy vino como cuando
uno no busca las cosas. Y ahora que estoy bien acompañada, con mucha menos
razón siento tensión alguna o ganas de representar algo especial para un hombre
o para la gente.
Y aún con lo crecido lo vivido lo superado hay cosas que no
han cesado me sigue detonando, todo lo que es en vivo, estar donde hay mucha
gente, o en mis primeros encuentros de pareja he quedado literalmente en
silencio, hablar en público esas son situaciones
donde no puedo escapar. El pánico escénico ha sido una constante en mi vida.
Por eso nunca he hecho nada más allá que no sea escribir.
Esos pánicos a veces vienen de pronto, pasan
por uno y se va, como un corrientazo. Es una sensación tremenda, difícil de
explicar, como si mi mente se disociara de mi cuerpo y este fuera un trapo. El
miedo es un aditivo que no tiene que estar ahí necesariamente, pero está.
La madurez me trae liberación, no sé en qué
momento cumplir años se me convirtió en un evento de liberación. Hice el duelo
y me siento exenta de la obligación de tener que aparecer bella. Miro para
atrás y digo ‘ni un año menos’, no quiero volver a tener esa edad donde uno no
sabe quién es ni dónde está parado.
Por esta y muchas más razones ya no me psicoanalizo
porque ya se mirarme por dentro y al decir esto quiero decir que se quién soy y
en cada año que pasa tengo más preguntas que respuestas.
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