Tenemos que ser felices ya para poder ser felices siempre.

Hace un par de días recibí un correo hermoso. Venía de Laura, una de mis amigas más recientes pero que se siente de toda la vida, en el que me decía lo valiente que le parecía por las decisiones que he venido tomando y que había pensado en mí oyendo “Ir” de Marlango, canción que acompañaba el correo.
Mientras disfrutaba y me enorgullecía de la canción que acababan de regalarme, comencé a pensar: “¿Pero de verdad yo sí soy tan valiente como me dicen últimamente? ¿Y valiente cómo por qué o qué?”. Porque yo siempre he pensado que los verdaderos valientes son esos que se enfrentan en batallas épicas a supervillanos o los que se tiran en paracaídas a millones de pies de altura o los que duermen en casas embrujadas. Gente que hace cosas terribles y sin miedo alguno. Y para ser sincera, nada más alejado de mi propia realidad.
Pero entonces, ¿qué es lo que hago que me hace parecer valiente a los ojos de otro? Si ninguno de mis actos es sobrenatural o complicado sino que vivo cada día la vida que decidí que quería vivir, ¿por qué me veo así? Y fue ahí cuando lo entendí. Algo tan obvio que yo no había entendido y es que cuando uno se escucha a sí mismo y actúa de acuerdo con lo que siente, todo lo que se hace pierde el carácter de “hazaña” para uno mismo y se convierte en el actuar natural. Yo no encuentro ningún heroísmo en renunciar a mi vida cómoda por mi vida feliz pero si lo desgloso en divorcio/renuncia al trabajo infeliz/cambio de oficio/mudarse a otro país, si puedo llegar a verlo como una batalla contra 10 Supervillanos que saltan en paracaídas dentro de una casa embrujada. Aunque lo único que hice fue empezar a ser lo que siempre quise ser.
Y es que al final de cuentas, esa es la única valentía que necesitamos. La que nos permite desacomodarnos para buscar lo que realmente queremos. La que nos obliga a dejar de postergar la felicidad y nos sacude de la comodidad. Vivimos adormecidos, como en un estado de aletargamiento, olvidando que lo único que de verdad existe es ese instante y nos quedamos mirando por la ventana, dejando para después el momento de ser felices, cuando la verdad es que “después” no existe.
No debería ser admirable y sorprendente una persona que transforma su vida por perseguir la felicidad, debería ser lo común. Nos pasamos la vida aplazando decisiones que nos empujan fuera de la zona cómoda porque ahí no tenemos que esforzarnos, con el consuelo de que lo intentaremos mañana. ¿Pero saben qué? No hay mañana. Tenemos que ser felices ya para poder ser felices siempre.

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