Hipócrita o Diplomacia.. Porque esta sociedad los ha criado para ser quién deben ser y no quiénes son en realidad.

Desde muy pequeña aprendí que decir lo que pensaba era motivo de un pellizco. “Señor, ¿qué le pasó en la cara?” y ¡trin!,full pellizco de mi mamá en el brazo. Me empezaba a confundir porque no entendía nada, ¿qué había de malo en preguntar algo que quería saber? Y para rematar, me decían que era una maleducada.
Más adelante, en el colegio, me la montaban porque cuando el profesor hacía la pregunta de siempre: ¿entendieron?, yo levantaba la mano y con sinceridad le decía que no. Lo peor es que todo el salón me miraba como una burra, pero ellos tampoco habían entendido. Así perdí mi primer curso de Inglés y el profesor lo supo traducir al Español en una carta: “la niña es muy buena gente, pero no entiende, va a un ritmo distinto al de sus compañeros”. De ahí viene el bloqueo que tengo ahora cuando me preguntan do you speak english?
Muchos me dicen que ser sincera es una virtud; mi experiencia dice que no siempre. Porque sé que decirle la verdad, más aún a nosotras las mujeres, es embarrarla. Yo no tenía ni idea de qué responder cuando fui a la primera fiesta de 15 años de una de mis amigas y me preguntaron si mi amiga estaba linda, sabiendo que parecía un payaso después de que sus tías le habían pintado la cara. Era como si le hubieran disparado con la escopeta maquilladora que Homero Simpsons. A las mujeres sí que nos encanta la mentira.
En la universidad hay un tipo que. A todas les dice que están lindísimas y las trama con un “qué chimba tus zapatos”, “estás reflaca”. Éste man sí sabe cómo es la cosa jajjaj.
Los manes perros y los políticos son igualitos, le dicen a la gente lo que quieren que les digan con tal de quedarse con su tajada. Y lo peor es que todos saben que les están mintiendo. Es una extraña forma de relacionarse, de tratar de quedar bien con todos, donde el carácter y la personalidad se pierden.
Entonces, de forma consciente, trato de evitar que mis pensamientos pasen demasiado tiempo por mi cabeza, para que la cultura hipócrita y mentirosa no me afecte mucho. La pena es una pendejada que nos enseñan desde pequeños y que se confunde con ser montañeros. Por eso lo mejor es preguntar tranquilos sin quedarnos con nada guardado, asumiendo las consecuencias.
Por eso es que vivimos en una sociedad que castiga a los que dicen libremente lo que piensan, una sociedad que les hace el feo a los que no se refugian en la pena y la prudencia para dejar salir sus palabras.
Ahora soy la imprudente del paseo, la inmadura. La persona que le toca hacer las preguntas que a los demás le da pena hacer, a pesar de que cuando las hago, los mismos que me han impulsado a decirlas, me miran con cara de “huy, a esta cómo se le ocurre preguntar eso”. Eso me identifica, soy la maleducada, la que no sabe distinguir los espacios hipócritas en las reuniones. Pero también soy de esas personas a las que muchos le cuentan sus secretos, porque saben que no me escandalizo por nada y que tristemente les toca llevar una doble personalidad. Porque esta sociedad los ha criado para ser quién deben ser y no quiénes son en realidad.

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