Inyecciones de pasión enferma.

Cuando te duelen las hojas en blanco de la libreta que siempre cargas en el bolso justo al lado del desorden y la pereza, sabes que todo comenzará a torcerse como la yedra  en una arcaica verja de hierro forjado, y poco a poco vas maquillando en un hasta luego un adiós fosforescente; cuando las imágenes cobran vida en vete tú a saber qué calle de al lado de casa, travesía que nunca visitas y catalogas como suburbio de índole criminal, sabes que absolutamente todas tus ideas acabaran sabiendo a sal  y chocolate blanco …y a ti las fusiones no es que nunca te hayan gustado ( y este nunca jamás escondió un ojalá), es solo que esta vez desconoces los dedos que las juntan, ¿Quién sabe? Podrían ser los de un locógrafo, y si eso ocurriera tú pasarías a ser desnudo papel mojado en el maletero de un compañero de carretera o una cansada ceniza que ya no juega con fuego. Y no, hoy no quieres ser una suicida ni una ciega mirando hacía atrás. Cuando tocas lo rematado con la yema de los dedos y chupas los restos como el algodón de azúcar que se pega en las manos de una niña que aún cree a grandes trazos en casi todo lo fantástico, decides tomar medidas anticonceptivas-pre-estampida y atas tu desorden elaborando una larga barandilla de trabazones marineros; y solo son necesarios diecinueve segundos para que te ligue a sus muñecas, te alce como una cometa y desenrede la cadena de dardos pseudoanónimos que desde hace tiempo te llegan por correo visceral. Y que miedo te da que lo haga en tan poco tiempo, y que rápido ruegas encallar en una siesta que quiere ser bisiesta para descansar el doble, y no llega ni al si; y que miedo, que aprensión, que desconfianza. Tú sabes del miedo, de su sabor y su vestuario; sabes que a veces se viste de verde  y te confunde aliñándose en tus ensaladas, otras veces va de premeditado negro y se encubre en el tercer cajón de tu ropero, justo con la ropa interior y los sujetadores con relleno. También sabes, a regañadientes, que la última vez no conseguiste verlo porque te escocían los ojos de lo acido  que era. La vida es una puta vestida de rojo  escarlata y el miedo son los zapatos negros que le hacen anticipar y desandar a su antojo, el miedo es el séptimo Cosmopolitan atiborrado y borracho de Cointreau en alguna barra de South Beach, Florida. La vida cultiva el trabajo más antiguo de la historia y eres la barra perfecta para exhibirse, gratuitamente y con tarjeta de recomendación. Cuando este pervertido regalito se presenta y descubre bajo tu eterno árbol de navidad relleno de serrín y guirnaldas decaídas ,brotan unas ganas sobrehumanas de escupir barbaridades, y no saber a quién echarle la culpa jode casi más que descubrirlo. La vida hoy esta borrosa de miel y pixelada de los abrazos que él te daba después de las doce y que esta noche rebotan como el eco. Pero te re-equivocas, no pienses que la vida está desenfocada, es que la estás mirando con el objetivo mediocerrado en los labios de una voz  de orquesta, así que dale caña a tus párpados y entorna la mirilla. No seas tonta, que ya lo sabes casi  todo. Dos amenazas, la primera: a ese ruido, tan huérfano de padre,no voy a permitirle que taladre este corazón podrido de latir; la segunda:
¿Qué puede sorprenderte? Cuélgate el corazón  por collar y deja que lo manoseen y prorrumpan  Que color tan bonito, que forma tan perfectauna y mil veces, pero sin que sepan que es de madera y esta agujereado por las malas costumbres.
 

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